domingo

De cómo me caí en plena calle y cómo me sentí al caerme

Caminaba yo circunstancialmente por una calzada curtida en baches y socavones, cuando entré en conflicto con uno de ellos, uno que trató de detener mi caminar y ponerme en situación de vergüenza y ridículo.

Tratábase de un agujero abierto al exterior en su cavidad superior, y de abismal profundidad. Algún resentido lo había rellenado minuciosamente de hueco y de vacío, y su ubicación era maliciosa, cabía pensar que era una trampa. No lo avisté a tiempo, de lo contrario lo hubiese esquivado con cierta soltura. Admito que soy de caminar despreocupado y no pongo toda mi atención a la continuidad de mis pasos, pero suelo obtener grandes resultados; presumo de una gran estadística en número de paseos completados sin desliz.

Pudiera ser que me equivoque en la comprensión del funcionamiento de un agujero (y para que yo admita un error...), pero juraría que el hoyo no estaba en ese lugar antes de que mi pie hubiese tanteado el terreno. Yo traía carrerilla acumulada tras muchos pasos previos al que, fatídicamente, tropezó con el socavón. Todo fue sospechoso desde el principio. Mi pie aterrizó en una zona donde yo entendí que debería haber suelo. Creo que fue entonces cuando el agujero entró en actividad. El hecho de que el vacío sea un lugar repleto de espacio donde poner cosas, pero escaso en puntos de apoyo impulsó mi resbalón. “Qué hostia me voy a dar” y otros pensamientos similares eligieron mi mente como punto de encuentro, y la invadieron de tal manera que perdí los nervios.

Grité. Dediqué un primer grito a proclamar mi estupor. Y un segundo a revelar que estaba aterrorizado. No estoy familiarizado con el desequilibrio, aquel contratiempo era fastidioso de cojones.

El caso es que no encontré superficie sobre la que descansar mi pie para tomar impulso para el siguiente paso. Había hundido mi pierna hasta la altura de la rodilla, y ya era tarde para rectificar mi movimiento. Me vi en la estricta necesidad de precipitar todo mi cuerpo sobre el agujero, cediendo los derechos de mi integridad física al campo gravitatorio. Y que decida la Diosa fortuna. Sólo supliqué que el cúmulo de espectadores no fuese excesivo, y que ninguno de ellos portase una videocámara.

Durante el descenso perdí el conocimiento cuatro veces aproximadamente, y por desgracia lo recuperé en seguida todas ellas. No sucedió lo mismo con mi reputación y prestigio, que perdí tras el percance pero que todavía no he recuperado.

No se preocupen, lectores, no cabe mencionar ninguna lesión grave. A lo sumo una herida en mi orgullo que difícilmente se borrará. Iré con más cuidado la próxima vez.

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